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¿Cómo perderte te lleva al camino correcto? Mi historia con la escritura.

Foto del escritor: Beith TarotBeith Tarot

Recuerdo el primer diario que tuve en mi infancia, era de un tamaño mediano y tenía un candado pequeño con llave. Recuerdo escribir en él todas las noches y guardarlo bajo mi almohada, escribía sin vergüenza, sin pensar en qué pasaría si alguien más lo leyera, escribía sin vetar mis propios pensamientos.


Tuve muchos diarios a lo largo de mi vida, muchos de ellos desaparecieron en mi memoria y la verdad es que, por cuestiones de la vida, no conservo ninguno de ellos; seguramente deben estar guardados en alguna caja.


Lo cierto es que tampoco me preocupa demasiado quién los lea, esas páginas tendrán al menos 10 o 15 años de antigüedad (a esta fecha de publicación).


Soy una persona diferente a quien fui cuando plasmé esas opiniones y pensamientos, sin embargo, de vez en cuando me da curiosidad volver a leer algunos pasajes, es importante ver el pasado para darnos cuenta de lo mucho que hemos crecido, de los frutos de nuestro trabajo interno; pero son eso, pasado.


Esa persona ya no existe, ese dolor ya no existe.

Para mí, la escritura ha sido el medio para transmutar el dolor, la molestia, la inconformidad e inclusive la depresión. Cuando plasmo esos sentimientos en el papel, ellos dejan de pertenecerme, desparecen de mi mente y-literalmente-se desvanecen de mis memorias.


Es una experiencia liberadora, sé que para todos tendrá un significado diferente y todos tendrán experiencias incomparables; sin embargo, todos podemos coincidir en algo, en que la escritura puede ser utilizada como un medio de sanación.



Caminos hay muchos, existen infinitas soluciones para un mismo problema, y eso es maravilloso, la escritura no es el único medio, pero es el único modo de vida para mí.


En mi etapa final de la niñez y durante la adolescencia empecé a manifestar síntomas depresivos y de ansiedad (como muchos otros de mi edad), esos fueron los años en los que mi producción escrita aumentó significativamente, para mí era como respirar y cualquier tipo de formato era conveniente, inclusive trozos de periódico funcionaban a la perfección.


Con el tiempo, me di cuenta de que había desarrollado gran habilidad y destreza escrita, mis pensamientos corrían a mil kilómetros por hora y sentía que realizaba procesos analíticos de forma muy rápida (me di cuenta con el pasar de los años y la experiencia con otras personas); por ello me era más lógico escribir mis ideas que tan solo decirlas en voz alta.


La escritura me ayudó a conocerme a mí misma, a encontrar las respuestas en mi interior, a explorar las profundidades sin peligro a perderme en ellas, me permitió construir mundos fantásticos que traducían mis experiencias en las vidas de entidades pertenecientes a otras dimensiones.


Era libre, pero al mismo tiempo prisionera, como lo somos con cualquier actividad por la que sintamos pasión.


Somos prisioneros de todo aquello a lo que nos entregamos.

Y hoy podría arriesgarme a decir que el ser prisionero se relaciona con la toxicidad que desarrollamos hacia ciertas actividades, como lo plasma “El Diablo” en el Tarot; pero, ¿por qué creo eso?


"El Diablo", carta Nº 15 del tarot.


Porque se convirtió en mi único camino, mi único transporte, y yo no podía ser una única cosa, nunca he podido ser un único título. Aquí es cuando se convirtió en algo peligroso, porque perdí el objetivo de lo que era escribir: explorar de forma segura.


Me alejé de ello por completo, me negué a mí misma el derecho con el cual nací: el poder de decisión; yo decidí que ya no podría ser eso, que mis intereses debían estar orientados hacia otros caminos, y no recuerdo exactamente el motivo de esta decisión.


Llegué a desarrollar temor por escribir mis pensamientos, la auto-crítica se convirtió en un monstruo demasiado ruidoso como para poder ser callada, y la constante comparación me impedía si quiera intentar algo nuevo; no paraba de preguntarme, en esos momentos de lucidez y silencio, ¿qué había sucedido? ¿Por qué había parado de escribir?


Ahora pienso que en ese momento deducía que había renunciado a estudiar literatura por otra carrera más práctica, manual y “creativa”, y, por ende, no podía permitirme continuar viviendo un deseo, me había castigado a mí misma.


Los años pasaron y la duda permanecía en mi mente, leía viejos pasajes, poesías e historias, y me preguntaba si alguna vez sería capaz de recuperar esa parte perdida de mí, me preguntaba cuándo tendría el valor de regresar, de ser mi verdadero yo.


Siempre he creído que la vida y el Universo te llevan por el camino correcto, incluso si no eres capaz de verlo en este momento. Ahora miro hacia el pasado y me doy cuenta de que alejarse del camino es beneficioso, solo de esa forma sabes que tu alma perteneció a un sitio, solo de esa forma sabes que ansías algo con todo el corazón.


Hoy he aceptado que no puedo ser una sola cosa, y también he aceptado que dentro de todos los títulos que poseo en mi vida, hay uno que nunca quisiera volver a soltar o cambiar, porque es quien me define, es quien soy y quien me permite aprender, sanar y ayudar a otros.


Para encontrarnos, perdernos es el primer paso.

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